El reto de la identidad en la maternidad.
El término matrescencia fue definido por la antropóloga estadounidense Dana Louise Raphael en los años 70 para hacer referencia a la profunda transformación que conlleva la maternidad a nivel fisiológico, psicológico, neurológico y societal. La matrescencia comienza antes de la concepción y dura hasta 6 años, puede incluso que no tenga un fin, y se reinicia con cada hijo adicional.
La matrescencia es la contracción de las palabras maternidad y adolescencia; y se ha demostrado que el cerebro vive un periodo de neuroplasticidad y vulnerabilidad mental igual que en la adolescencia, en este caso para favorecer la adaptación a los enormes requerimientos que depara la llegada de un bebé.
Tener esta información es clave para entender este periodo de transformación intensa al convertirnos en madre, porque nos da la posibilidad de empoderarnos de lo que nos pasa, y podemos elegir actuar en un modo diferente que si nos victimizamos de las consecuencias de lo que vivimos. Tener esta información permite que nos responsabilicemos, que podamos atendernos con lo que nos pasa, y recuperar nuestra libertad para vivir una maternidad a nuestra imagen.
Entender la matrescencia es darnos la oportunidad de vivir el cambio de identidad que experimentamos, aceptando que la persona que éramos no volverá, y abrirnos a construir una nueva versión de nosotras. Al ser madre, nuestras prioridades cambian y con un tiempo reducido para dedicarnos, ponemos el foco en lo esencial, en nuestra verdad. Es un momento para mirarnos con atención, y elegir quién queremos ser para sentirnos realizadas más allá de la maternidad, y que a la vez nutrirá nuestra maternidad con la persona que somos en esencia.
La matrescencia puede ser intensa y desafiante porque nos remueve en lo más profundo, y es también una oportunidad maravillosa para atrevernos a ser quienes somos de verdad, a vivir ese sueño que habíamos apartado, a iniciar esta actividad que tanta ilusión nos hacía, a cambiar de carrera profesional o dejarla de lado, porque lo importante de la vida se nos hace evidente cuando la finitud de esta se materializa.
Para ayudarnos, descubrimos un concepto nuevo: la ambivalencia maternal. Y es cierto que no es fácil de gestionar porque nos sentimos atraídas por dos extremos: ser madre y estar con nuestro bebé, por un lado, y hacer lo que nos apasiona y nos permite ser persona, no sólo madre, por el otro. Con el tiempo, creo que esta ambivalencia nos ayuda porque nos permite poner el foco en lo importante de cada uno de nuestros roles, y a no abandonarnos como persona. Es la ambivalencia que nos empuja hacia fuera, a atrevernos a dejar nuestro bebé al cuidado de otras personas para realizar un trabajo, una tarea, una actividad física, o lo que sea que necesitemos.
Todo es cuestión de perspectiva, y en esta matrescencia, es vital saber confiar en nosotras mismas, saber lo que necesitamos y lo que queremos. Nuestra sociedad nos presenta la maternidad de una forma idealizada, lejos de lo que podemos llegar a vivir y sentir, y es imprescindible poder considerar nuestra maternidad bajo nuestro prisma, gestionar nuestras emociones, y tomar decisiones alineadas con nuestro propósito como persona y como madre. El rol de madre estará en nosotras para siempre, aprendamos a convivir con él de forma que nos empodere y nos permita vivir nuestro propósito de vida en la maternidad, y también aparte de ella.