Vivir un cambio profundo a través de la maternidad.
Dar a luz y convertirme en madre me conmocionó. Perdí una parte de mí, la de la inocencia y el
egocentrismo, que se remplazaron por la responsabilidad de un pequeño ser y mi total devoción
hacia él. No había anticipado el peso de esa responsabilidad, que me provocó miedo. Sentía que
no me podía equivocar con mi hija. Fue un sentimiento extraño de vivir al mismo tiempo que la
alegría inmensa de tener a mi bebé en brazos.
Tuve que hacer el duelo de esta parte de mí. Otra etapa de mi vida se abría y me resistí un tiempo,
echando de menos una Céline que nunca volvería. Este acto lo había cambiado todo, y este
cambio a la vez que me procuraba una inmensa felicidad, me conectaba con la tristeza de dejar
atrás lo que había sido mi juventud inocente, una vida que había amado, y una libertad que no
volvería.
Toda mi vida se había revolucionado y no lo había anticipado. Parar el ritmo fue difícil, por un
lado, mi cuerpo no me dejaba, y por el otro, había que respetar el ritmo de un recién nacido.
Después de 3 meses, perdí mi libertad por completo. Desarrollé osteoporosis y me rompí 3
vértebras. Entonces no tuve otra opción que aceptar la situación y aprender a vivir el presente,
en total reposo. Fue un tiempo durante el cual me cuestioné en todos los sentidos, y recibí la
lección de humildad que me proporcionaba la vida. Mi llegada a la maternidad no fue fácil, y a la
vez estoy muy agradecida, mi bebé era exactamente el que necesitaba para poder atravesar esta
etapa.
Qué aprendí de esta experiencia?
Soltar el control me permite vivir el presente completamente, conscientemente, y de aceptar
las olas de emociones ambivalentes que son propias de la experiencia de la maternidad.
Además, hacer el duelo de cada una de las etapas de la vida a medida que pasan es la manera
de estar en paz con ella.