Nutrirse de los regalos de la maternidad.
Dos años después de dar a luz a mi hija, me volví a quedar embarazada. Me encantó de nuevo la experiencia. Ampliar la familia era hacer realidad un sueño. Esta vez, la gran diferencia, era que ya me había convertido en madre, y así me sentía. Conecté con este nuevo recién-nacido desde otra perspectiva. Había tenido el tiempo de reconstruirme y conocerme en mi nuevo rol. Sentía que todo fluía y era natural.
De nuevo quise conocer la experiencia de un parto natural, pero esta vez, me abrí a la infinidad de posibilidades. Me preparé profundamente de nuevo mentalmente y emocionalmente para hacer frente a este acto que, a la vez de provocar curiosidad en mí, me daba miedo… Miedo al dolor desconocido, miedo a quién sería yo en este parto sin filtro, miedo a no tener ningún control. El día del parto, conecté con la sabiduría de mi cuerpo y me entregué a la experiencia sin expectativas esta vez. Este bebé nacería como él quisiera.
Dejarme llevar a todas las posibilidades a la vez de tener claro mi objetivo me brindo la posibilidad de experimentar un parto maravilloso, tal y como lo había visualizado, tal y como lo había soñado. Mi bebé nació muy rápidamente en la bañera de la casa de nacimiento. Fue una experiencia de una intensidad inmensa, muy salvaje en la que ya no era consciente de mí misma, me deje llevar por el proceso. Dar la luz como yo había elegido, y confiando en mi capacidad para hacerlo, me conectó con mi poder personal de una manera inédita.
Mi hija me hizo madre y con ella me revolucioné, me cuestioné a mí misma, a mi manera de ver la vida y de vivirla; y mi hijo al hacerme madre de nuevo, me está dando la confianza y el coraje de crear la vida deseada, para mi bien y el de mi familia. Para sentirme madre necesité unos meses para cuidar de mi hija. ¡Necesitaba aprender y experimentar para darme la legitimidad de ser una madre, como si tuviera que ganarme este título!